V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B “Curó a muchos enfermos de diversos males”

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Hoy nos presenta la Liturgia de la Palabra tres personajes: Job, que nos manifiesta la visión negativa y amarga de la vida humana: el hombre está cumpliendo un servicio; es un jornalero que aguarda el salario insuficiente; es un esclavo.

El segundo personaje de hoy es Pablo, que se ha hecho débil con los débiles, que no predica por soberbia, ni por propio gusto e interés, sino por exigencia interior y de balde. ¡Ay de mí si no anuncio el evangelio! 1 Corintios 9, 16. La palabra era dentro de mí un fuego hirviente (Jeremías).

El tercer personaje es Jesús, como ya hemos visto: encuentra enferma a la suegra de Simón; le llevaron todos los enfermos y poseídos. Curó a muchos, no a todos. Quedan muchos. Maestro, cúralos. Curadlos vosotros. Yo os he cambiado el corazón para que los curéis y sirváis vosotros. A El en la oración, el Padre le dice lo que tiene que hacer.

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La liturgia de hoy nos presenta a Jesús luchando contra esta fiebre. La suegra del primer Papa se convierte pues, en el evangelio de hoy, en un bonito signo de la actitud curativa de Jesús. Porque, aunque sea tan frecuente ir anunciando desdichas, es una enfermedad de la que hay que curar. Y la curación de fiebres y enfermedades de las que habla san Marcos, en una cultura que lleva cuarenta años de antibióticos, la hemos de entender de las fiebres y enfermedades del espíritu.

Los gestos de Jesús Después de hablar en la sinagoga de Cafarnaún y de curar al endemoniado, Jesús completa su jornada en casa de Pedro. Allí, en presencia de los cuatro discípulos, en un ambiente de mayor intimidad, cura a la suegra de Pedro. Los gestos de la curación parecen simbólicos: Jesús se acerca a los hombres, nos da la mano y nos levanta.

«Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó». Son gestos nuevos, originales: un rabino nunca se habría dignado acercarse a una mujer y cogerla de la mano para devolverle la salud. Al levantarla, la capacita para que emprenda el camino del servicio, característica poco frecuente en el hombre.

Jesús y la suegra de Pedro,-Evangelios, de la abadesa Hitda de Meschede.jpg

El domingo pasado comentábamos cómo Jesús comenzó su predicación en la sinagoga, es decir, con el pueblo judío aferrado a sus tradiciones y ritos. El evangelista Marcos, que tiene la intención de presentar un modelo de acción misionera para la Iglesia, hoy nos invita a descubrir cómo Jesús abandona la sinagoga, y actúa en medio de los suyos (la Iglesia) y en quienes están fuera.

Así nos dice cómo al salir de la sinagoga, «fue a la casa» de Simón y Andrés, con la intención de alojarse allí y hacerla centro de su actividad misionera. Esta casa parece simbolizar a la Iglesia y a cada comunidad particular, el hogar de Jesús, de la misma forma que sus verdaderos hermanos y parientes son quienes creen y aceptan su palabra. Marcos ya ve a Jesús como el resucitado que está presente en el interior de la casa-iglesia y desde allí ejerce su obra salvadora.

Quien sufre puede sentir como Job que la noche se alarga, que los días se consumen sin esperanza, y que no se volverá a ver la dicha, como escuchamos en la primera lectura.

La curación del paralítioc del P. Rupnik.jpg

Esos sentimientos nos pueden conducir hacia la desesperación y a la rebelión contra Dios: ¿por qué me sucede esto? No es fácil responder eso a quien sufre. Sin embargo, con el pasaje del Evangelio podemos decirle que Jesús está con él, que Jesús se compadece de él, como escuchamos en el salmo, y que su estado es un motivo para buscar a Dios.

Jesús se identifica con los enfermos. Dice que entraremos a su Reino porque cuando “estuve enfermo, me visitaste” (Mt 25,36). Cuando visitamos a cualquier enfermo, visitamos al mismo Cristo.

Visitar a los enfermos es una obra de misericordia. Misericordia, etimológicamente significa mismo corazón. Al visitar a un enfermo lo que nos pide Dios es que busquemos sentir como él, para comprenderlo. Como dice San Pablo en la segunda lectura, que nos hagamos débiles con los débiles para ganarlos para Cristo.

La Iglesia enseña que la unción de enfermos no es un sacramento sólo para  los que están a punto de morir. Por eso ya no se habla de “extrema unción”, sino de la unión de los enfermos. Puede recibirlo cualquier fiel que empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez, y puede recibirse en más ocasiones, como en el caso de una nueva enfermedad, o cuando se agrave la enfermedad, cuando la edad avanza más.

images-11.jpgEn el salmo escuchamos que “el Señor sana los corazones quebrantados y venda las heridas”. Un efecto de este sacramento es una gracia de consuelo, de paz y de ánimo para vencer las dificultades propias del estado de  enfermedad grave o de la fragilidad de la vejez, y es un escudo para  defenderse en los últimos combates antes entrar en la Casa del Padre.


Con este sacramento, el enfermo se une más íntimamente a la Pasión del Señor, y puede comprender más que el sufrimiento lo hace participar en la obra salvífica de Jesús, con lo que contribuye a la santificación de la Iglesia.

Por la fuerza del Espita Santo el Señor también puede producir la curación  del cuerpo, si es su voluntad, como lo fue con la suegra de Pedro, a quien le quitó la fiebre para que se pudiera a servirle.

Dice el Evangelio que a Jesús “le llevaron todos los enfermos”. Es una invitación a los enfermos a acercarse al sacramento de la unción, pero también una invitación para que acerquemos a los enfermos  ancianos a este sacramento cuando ellos no puedan hacerlo solos.


Hay quien quiere negarles esta caricia de Jesucristo, porque “les dará miedo ver al sacerdote”. ¡Si es Jesús, quien les quiere dar su gracia! No les prives de la paz del Señor.

Preparado Por: P. Jorge Nelson Mariñez Tapia.

Fuentes: J. Marti Ballester/Ramón M. Nogués/       Liturgia Papal/Francisco Bartolome Gonzlez/Santos Bennetti.


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